David
‘Picha’, máximo goleador de la Primera Andaluza senior, creció y vive
en su barrio de El Santo (Cerro de San Cristóbal), donde los chicos mayores le buscaban para
jugar con el balón cuando solamente tenía ocho años
Francisco G. Luque (Diario de Almería, 1 de junio de 2012)
Fotografías: Fran Leonardo
Su nombre ha sido protagonista de varios titulares este año, en la
sección deportiva de este diario, gracias a los numerosos recitales
goleadores que ha ofrecido como delantero de la Agrupación Deportiva
Huércal en Primera Andaluza senior, categoría en la que se ha coronado
como pichichi con 33 goles en 34 partidos disputados en la
competición liguera de la recién finalizada temporada. El broche de oro a
un curso para enmarcar lo puso hace dos semanas en el campo del
Linares, al marcar los dos tantos de su equipo en el 2-2 ante el gallito
jiennense, en el duelo de ida de la promoción de ascenso a Tercera
División. En la vuelta no encontró la efectividad que ha mostrado a lo
largo de la campaña y los huercalenses, que tampoco partían como
favoritos, perdieron la eliminatoria. No obstante, en la memoria de sus
compañeros y de toda Almería siempre será el héroe de Linarejos.
"La experiencia que viví con el Huércal en el campo de Linarejos es lo
mejor que me ha pasado en mi vida como jugador", asegura David Fornieles
Soriano, más conocido como David Picha, un delantero centro
almeriense de 29 años de edad que se crió y vive en el barrio de El
Santo, bajo la atenta mirada de la estatua del Cerro de San Cristóbal,
testigo directo de la infancia de un jugador precoz que con solamente
ochoaños de edad llamaba la atención de los chicos mayores, que iban a
buscarlo a su calle para llevarlo a jugar con ellos a la pelota a los
distintos sitios que los chavales convertían, de forma muy original, en
improvisados campos de fútbol. De estas convocatorias diarias por
parte de los chicos veinteañeros de su zona surgió el mote con el que
todo el mundo del fútbol almeriense le conoce en la actualidad.
Cualquier calle parecía un buen sitio para poner a rodar el balón. Se
buscaba una cochera vieja para convertirla en portería y cuando había
más críos de lo normal, con ganas de jugar un partido, había que bajar
por la calle Antonio Vico y caminar hasta La Hoya, donde se jugaba
durante horas sobre un terreno de arena que ahora se esconde bajo las
huellas de los coches que aparcan cada día bajo la cara más desconocida
de La Alcazaba. Allí empezaría David a dar muestras de sus dotes con el
balón. Siempre ha sido un ariete nato, que llevó la elástica de La
Chanca hasta su edad de juvenil. Pasó a la pista, a jugar a fútbol sala
durante cuatro años, pero en 2005 volvió a fútbol once para defender la
camiseta de La Fuensanta, equipo con el que jugó dos temporadas. Pasó
por el San Isidro, la Hermandad de Adra y La Cañada, ya en Primera
Andaluza, y se marcharía al Huércal en el 2010 para protagonizar el
ascenso desde Preferente a la categoría autonómica. Esta campaña se ha
quedado a las puertas de acceder a categoría nacional con el conjunto
huercalense, pero sigue siendo una de sus metas, "jugar en Tercera
División".
Se declara barcelonista, aunque su jugador favorito es Fernando Torres,
pero el verdadero espejo en el que se mira, su ejemplo a seguir, es su
padre, Joaquín Kiko Fornieles, que jugó en clubes como Pavía,
Zapillo, Tabernas, Campehormoso y algunos de fútbol sala. De él le viene
la pasión por el deporte rey, un deporte del que reconoce que pensó
poder vivir alguna vez. Cuando Picha vuelve a la calle Darro, en
la que vive su abuela y en la que correteaba de un lado a otro junto a
sus amigos, los críos, entretenidos hoy con un ordenador portátil, le
miran mientras hace malabares con el balón, recordando esas tardes de su
infancia en las que una pelota era el mejor juguete. A su lado siempre
ha estado Joaquín Cebrián, su vecino, al que tiene como su representante.
"Siempre estaba jugando con el balón. Cuando era pequeño era
traviesillo, como todos los críos. Creo que si no hubiese tenido ese
parón con el fútbol sala hubiese llegado más lejos", afirma Joaquín, que
al igual que la estatua de San Cristóbal, ha sido un testigo directo
del crecimiento de David, ese jugador precoz de la calle Darro que
silenció al campo de Linarejos.
Sobre la arena de La Hoya o frente a una vieja cochera
Los pequeños de El Santo siempre han sabido improvisar a la hora de
disfrutar del balón. Cualquier lugar, como la calle Darro, se convertía
en un terreno de juego para aquellos chicos que correteaban por las
estrechas calles del barrio buscando la puerta de una vieja cochera para
interrumpir la siesta a sus vecinos con sus inocentes pelotazos. David y
Joaquín recuerdan muy bien esos tiempos en los que bajaban hasta La
Hoya, donde se encontraba un campo de arena que ellos mismos hicieron.